Hay cada cuadrúpedo on the pampas..
-¡Buuuyo!
El motivo para enhebrar esta primera antología fantástica de la violencia futbolera argentina fue certificar, de un modo algo peculiar, que tal como anotara el urbanista norteamericano Lewis Munford, en los estadios de la humanidad es donde siempre se escenificaron las proezas y la muerte, amén de cierto sentido invertido de la vida. Entre nosotros, prescindiendo en lo posible de esta segunda, de lo cruento y todavía más de lo que pueda ser sufrimiento físico, qué es lo que culturalmente se ha erigido y ver qué elementos lo componen.
-¡Qué cobrás, buuuyo!
El viejo Sócrates supo dejar anotado que justamente el origen de la violencia radica en los abusos del lenguaje y del poder, en los desbordes que con él se producen.
-¡Qué cobrás, buuuyo!
En un rapto quizá de excesivo candor los muy escasos espectadores que rodeaban la canchita, aquel sábado 26 de octubre de 1990, empezaron a temer que el de negro, por aquello de que antropológicamente las leyes del juego son las más sacras de todas y ahí que tendrían que ser todos todavía más absolutamente iguales ante ellas, sacara la tarjeta roja y la terminara con la catilinaria.
-¿Qué cobrás, buuuyo?-. Pero el ampliamente merecedor de la sanción, que lucía la casaca de la selección nacional argentina con el Nº 5 en la espalda -pulcro, medias levantadas, con toda la estampa atlética de un muñeco de torta que Dios sólo a él le ha dado-, creáse o no, es un inveterado lector de las Obras Completas de Sócrates, aunque haya siempre dejando flotando la duda si el de que tomó la cicuta o del ex 9 de la selección brasileña, apodado así por ser doctor en filosofía. Todo esto sin contar con la nimiedad que a pesar de su investidura lucía, galano, el sobrio sponsoreo de Supermercados Cotto en el medio de su esmirriado pecho nacional y popular.
-¡Buuuyo!
Aunque también ha despuntado el vicio de la lectura con alguna novela suelta de Jorge Luis Borges y no hubo noche de divorciado gracias a un operativo militar a cargo de un brigadier director de la revista literaria que creara el autor de Elogio de la sombra que no amaneciera en intensas veladas culturales con la más granado del pensamiento nacional a delinear las tendencias en un mundo mediatizado y globalizado, como es el caso del Soldado Chamamé o una maravilla a la hora de barajar naipes de cualquier índole de Gerardo Sofovich, los habitantes de Anillaco no dejaron candorosamente de esperar que se aplicara la ley, sobre todo la de juego, la gente que habla y comenta, mucho más ese mes que iba a largar desde el salón de conferencias de la Casa Rosada la campaña sobre la prevención de la violencia en los estadios deportivos que impulsó con tanta eficacia el Consejo Nacional del Deporte.
Un pomo:
-¿Que cobrás, buuuyo?
No era la primera vez que hacía esos alardes de respeto a lo normado y que si hay excepciones a la regla, que no se noten. En otra recordada aparición suya sobre el césped argentino, a pesar de las estrictas prohibiciones vigentes, el primer domingo de noviembre de 1991, en el Monumental, cosa de no ser menos, los contrarios se olvidaron del primer mandatario, le entraron a jugar como quién era y le empezaron a ganar. El gol fue convalidado por el juez profesional Ricardo Calabria, y Su Excelencia fue a reclamarle en forma airada porque entendió que su concresión no había sido legítima.
¡Haberlo dicho antes, mi comisario! Calabria pidió la pelota, la puso mansamente donde le fue indicado, anuló la conquista y los otros se quedaron mirándose entre ellos. Fernando Bravo, que era comentarista de la televisión de aire en un partido a beneficio de
alguna institución benéfica y el país, dijo en vivo y en directo para quien quisiera tomar nota y acordarse:
-Esta fue una ostensible intervención del Poder Ejecutivo en el Poder Judicial.
El momento no pudo ser más exacto. Las patrióticas tareas que se estaban llevando a cabo, para no ser ilegales, necesitaban ser legitimadas y se había ampliado a nueve (9) el número de miembros de la Corte Suprema con laderos fieles y remozado al plantel de magistrados con carlistas de todo los tiempos, esto es, lo mismo dio sí, Carlos de siempre, de último momento o a partir del nombramiento. ¿Cuál es la diferencia? Esto pasaría a ser denominado y aceptado como La Mayoría Automática y luego reemplazada, por otro peronista, en otra mayoría y tan o más automática.
La única ley vigente, así y todo, es la de la gravedad. No porque haya aumentado la fuerza atracción del eje del planeta al girar en órbita por el espacio, sino por lo grave que se estaba y se fue poniendo cada vez peor todo.
-¡Buuuyo!
Poco antes de este edificante episodio, el domingo 11 de abril de 1990, tuvieron que jugar en el Monumental los locales, River Plate, y Unión de Santa Fe. Los ventitantos mil espectadores se aburrieron, chiflaron, gritaron, insultaron, pero sobre todo no entendieron un comino por qué estando todo listo el partido se retrasó más de quince minutos en su comienzo.
Los burros tampoco entienden razones de Estado. Su Excelencia siempre fue millonario (hincha de River, gallina, se quiere decir, nada de insinuaciones con respecto a los vueltos ni matrimonios con Misses Universos con inclinaciones por los amantes gerontes y dictadores) y como no apareció nunca por por las canchas ni en figurita, para ver al equipo de sus preferencias se había hecho tender una línea directa, punto a punto, y lo disfrutaba por televisión, pantalla gigante, rodeado por una verdadera tribuna de alcagüetones.
El encuentro comenzaba cuando así se lo disponía desde un cómodo sillón del Polideportivo de Olivos.
Entendés, ahora, ¿buyo?
-¡Buuuyo!
El motivo para enhebrar esta primera antología fantástica de la violencia futbolera argentina fue certificar, de un modo algo peculiar, que tal como anotara el urbanista norteamericano Lewis Munford, en los estadios de la humanidad es donde siempre se escenificaron las proezas y la muerte, amén de cierto sentido invertido de la vida. Entre nosotros, prescindiendo en lo posible de esta segunda, de lo cruento y todavía más de lo que pueda ser sufrimiento físico, qué es lo que culturalmente se ha erigido y ver qué elementos lo componen.
-¡Qué cobrás, buuuyo!
El viejo Sócrates supo dejar anotado que justamente el origen de la violencia radica en los abusos del lenguaje y del poder, en los desbordes que con él se producen.
-¡Qué cobrás, buuuyo!
En un rapto quizá de excesivo candor los muy escasos espectadores que rodeaban la canchita, aquel sábado 26 de octubre de 1990, empezaron a temer que el de negro, por aquello de que antropológicamente las leyes del juego son las más sacras de todas y ahí que tendrían que ser todos todavía más absolutamente iguales ante ellas, sacara la tarjeta roja y la terminara con la catilinaria.
-¿Qué cobrás, buuuyo?-. Pero el ampliamente merecedor de la sanción, que lucía la casaca de la selección nacional argentina con el Nº 5 en la espalda -pulcro, medias levantadas, con toda la estampa atlética de un muñeco de torta que Dios sólo a él le ha dado-, creáse o no, es un inveterado lector de las Obras Completas de Sócrates, aunque haya siempre dejando flotando la duda si el de que tomó la cicuta o del ex 9 de la selección brasileña, apodado así por ser doctor en filosofía. Todo esto sin contar con la nimiedad que a pesar de su investidura lucía, galano, el sobrio sponsoreo de Supermercados Cotto en el medio de su esmirriado pecho nacional y popular.
-¡Buuuyo!
Aunque también ha despuntado el vicio de la lectura con alguna novela suelta de Jorge Luis Borges y no hubo noche de divorciado gracias a un operativo militar a cargo de un brigadier director de la revista literaria que creara el autor de Elogio de la sombra que no amaneciera en intensas veladas culturales con la más granado del pensamiento nacional a delinear las tendencias en un mundo mediatizado y globalizado, como es el caso del Soldado Chamamé o una maravilla a la hora de barajar naipes de cualquier índole de Gerardo Sofovich, los habitantes de Anillaco no dejaron candorosamente de esperar que se aplicara la ley, sobre todo la de juego, la gente que habla y comenta, mucho más ese mes que iba a largar desde el salón de conferencias de la Casa Rosada la campaña sobre la prevención de la violencia en los estadios deportivos que impulsó con tanta eficacia el Consejo Nacional del Deporte.
Un pomo:
-¿Que cobrás, buuuyo?
No era la primera vez que hacía esos alardes de respeto a lo normado y que si hay excepciones a la regla, que no se noten. En otra recordada aparición suya sobre el césped argentino, a pesar de las estrictas prohibiciones vigentes, el primer domingo de noviembre de 1991, en el Monumental, cosa de no ser menos, los contrarios se olvidaron del primer mandatario, le entraron a jugar como quién era y le empezaron a ganar. El gol fue convalidado por el juez profesional Ricardo Calabria, y Su Excelencia fue a reclamarle en forma airada porque entendió que su concresión no había sido legítima.
¡Haberlo dicho antes, mi comisario! Calabria pidió la pelota, la puso mansamente donde le fue indicado, anuló la conquista y los otros se quedaron mirándose entre ellos. Fernando Bravo, que era comentarista de la televisión de aire en un partido a beneficio de
alguna institución benéfica y el país, dijo en vivo y en directo para quien quisiera tomar nota y acordarse:
-Esta fue una ostensible intervención del Poder Ejecutivo en el Poder Judicial.
El momento no pudo ser más exacto. Las patrióticas tareas que se estaban llevando a cabo, para no ser ilegales, necesitaban ser legitimadas y se había ampliado a nueve (9) el número de miembros de la Corte Suprema con laderos fieles y remozado al plantel de magistrados con carlistas de todo los tiempos, esto es, lo mismo dio sí, Carlos de siempre, de último momento o a partir del nombramiento. ¿Cuál es la diferencia? Esto pasaría a ser denominado y aceptado como La Mayoría Automática y luego reemplazada, por otro peronista, en otra mayoría y tan o más automática.
La única ley vigente, así y todo, es la de la gravedad. No porque haya aumentado la fuerza atracción del eje del planeta al girar en órbita por el espacio, sino por lo grave que se estaba y se fue poniendo cada vez peor todo.
-¡Buuuyo!
Poco antes de este edificante episodio, el domingo 11 de abril de 1990, tuvieron que jugar en el Monumental los locales, River Plate, y Unión de Santa Fe. Los ventitantos mil espectadores se aburrieron, chiflaron, gritaron, insultaron, pero sobre todo no entendieron un comino por qué estando todo listo el partido se retrasó más de quince minutos en su comienzo.
Los burros tampoco entienden razones de Estado. Su Excelencia siempre fue millonario (hincha de River, gallina, se quiere decir, nada de insinuaciones con respecto a los vueltos ni matrimonios con Misses Universos con inclinaciones por los amantes gerontes y dictadores) y como no apareció nunca por por las canchas ni en figurita, para ver al equipo de sus preferencias se había hecho tender una línea directa, punto a punto, y lo disfrutaba por televisión, pantalla gigante, rodeado por una verdadera tribuna de alcagüetones.
El encuentro comenzaba cuando así se lo disponía desde un cómodo sillón del Polideportivo de Olivos.
Entendés, ahora, ¿buyo?