Los argentinos, ¿somos derechos y equinos?
Ay, qué triste destino
el de los caballos argentinos.
Atahualpa Yupanqui
el de los caballos argentinos.
Atahualpa Yupanqui
¿Acaso los caballos no pueden ser también derechos y humanos? Dejando de lado los estrechos parentescos, como se verá, entre la zoología y la nutrida fauna que concurre semanalmente a las populares, ¿es impensable hablar de un mínimo, de aunque sea un esbozo de derechos equinos?
Dos cuadrúpedos se encontraban cariacontecidos y opiados, en chirona, para colmo de males, en una seccional mendocina, esperando el turno para declarar ante Su Señoría. Ocurría que los infrascritos se encontraban presuntamente incursos, como diría un cronista joven de noticiero televisivo, en el grave delito de haberse engullido los gladiolos de una quinta vecina, en el departamento Las Heras, feroz conducta reprochable que el magistrado comprobaría fehacientemente una vez que se realizaran las pericias pertinentes ni bien los reos tuvieran a bien deponer, más que su reprobable actitud, los restos de la conductas denunciada en autos, cosa que hasta el momento no habían evacuado, será justicia.
Ahora bien; los que se crean que esto es chacota, pueden ir cerrando y buscando algo mejor que hacer, de manera tal que la frustración no sea mayor. Acá se va a hablar sólo de hechos históricamente acaecidos y registrados, corroborables. Ambos matungos dos se encontraban encanutados, para colmo incomunicados, lo que determinó que ni siquiera pudieran escuchar la radio y por lo menos tener un anticipo de la que se les venía.
Era el primer domingo de noviembre de 1992, las relaciones entre la liga local y los uniformados estaba insoportable, culpándose de la violencia existente en los estadios como el matrimonio mal avenido que han sido siempre, y el local Huracán, de Las Heras, jugaba contra Independiente Rivadavia su pequeño clásico lugareño.
Ganaron los visitantes. Y esto, desde que el mundo es mundo y por lo tanto el fútbol ídem, la suma da igual a preludio de rosca. Sobre todo cuando uno de los artífices de la resonante victoria, Amadeo Gasparini, que durante todo el encuentro había soportado con estoicismo las sentidas estrofas de la hinchada local, una vez que el juez tuvo a bien, con los tres pitazos finales, sentenciar el inexorable triunfo de los suyos, no tuvo mejor idea que ir a retribuir las gentilezas corriendo hacia ese sector, y una vez bien enfrente, proceder de la siguiente manera, a saber:
1) bajarse conjuntamente los pantaloncitos reglamentarios y el slip;
2) tomarse con ambas manos las protuberancias que la madre naturaleza le había provisto en el sector;
3) sacudir acompasadamente todo el bulto, ofreciéndolo generosamente al sensible público local como retribución a todos los improperios, denuestos, agravios, injurias y calumnias recibos durante los 90' anteriores.
Cuando hace eclosión un despiporre de tal magnitud no se puede entrar en detalles. Le tiraron hasta con prótesis dentarias. Por suerte, en estos casos, está el periodismo para que no queden dudas.
Dudas de las comunes, digamos, porque de las otras quedan a montones.
El tradicional matutino local Los Andes no pudo despegarse del clima imperante: «Hubo una intensa pedrea que dificultó la tarea periodística, razón por la cual los reporteros gráficos no pudieron registrar las notas correspondientes, siguiendo las indicaciones de la policía, que no les permitió la salida del vestuario local.»
Sir Connan Doyle y su amigo, el doctor John Watson, no hubieran sido capaces de descifrar este enigma. En qué momento los muchachos de la cámara y el teleobjetivo fueron a dar al vestuario o desde cuándo se cubren los partidos ubicados en sitio tan preferencial, sea en Mendoza o donde sea, entra en el terreno de lo insondable. Salvo si se recuerda la inveterada costumbre que tienen algunos de rajarse antes de terminar el partido y los muchachos de redacción le dan vuelo literario a la ausencia de la gráfica, fuente de toda razón y justicia, porque desde la racionalidad no hay otra para tratar explicar. Salvo que en una provincia donde un juez federal iba a suspender su bien merecida siesta sabatina, levantarse con prontitud, abrir el boliche para atender como suma solicitud, un 31 de diciembre, a Monzer Al Kazar, un ciudadano del mundo con un prontuario tan claro como el agua cuyana, para darle un pasaporte argentino en menos de lo que canta un gallo porque como todo el mundo sabe era un residente en la zona desde mucho antes del Cerro de la Gloria, desechando las habladurías en toro a que era un notorio y temible terrorista internacional, traficante de armas y algunos polvillos mágicos que no incluían el rapé, y que vengan y que expliquen que jugadores, encima árbitro y jueces de línea si se cambian atrás de los arcos.
Sucedió así como dicen que sucedió. Y punto.
Convengamos, por lo menos, que en este país, cuando alguien rompe un vidrio, todos los demás quedan al aire libre, en bolivias o por lo menos con el dedo en la nariz. Haciendo lo que tendrían que hacer, nadie. Gasparini fue, peló el instrumento de labranza, se armó el tole tole y la policía -¿denunciaron la violación de la libertad de prensa?- encerró a los reporteros gráficos en el vestuario local. Mmm, dudoso, pero démoslo como correcto para poder zafar y seguir. Como vivimos en un país donde impera el estado de derecho, al exhibicionista le hicieron cubrir la partes más pudendas y se lo llevaron a reparticiones policiales en calidad de detenido. Pero si bien tuvo asistencia legal en tiempo y forma, era domingo al atardecer, verano tórrido encima, y Sus Señorías no atienden hasta el otro día a la mañana, a las 7, que es cuando abren los juzgados y algunos magistrados recién empiezan en sus casas a levantarse como preludio de unos hoyitos de golf o una kilómetros de aerobismo, tampoco es cuestión de estar en mal estado físico con lo estresante que es semejante responsabilidad social, lectura pormenorizada del diario con todo el aprecio que les merece esta actividad, necrológicas, clasificados, algo de deportes, no mucho porque es medio groncho, y hay que ver lo rápido que se pasa el tiempo, cuando uno quiere acordar tiene el mediodía encima, colega.
Síntesis: el generoso Gasparini pasó la noche en chirona. Eso sí, no estuvo solo. Como lo dejara consignado en autos su letrado, doctor Tomás Azpilcueta, en un enérgico escrito, a su defendido se le violaron algunas garantías, habida cuenta que el calabozo que normalmente es para dos pensionistas, pero del tipo bípedo implume, como hubiera dicho Platón, estaba casi todo ocupado por los rocinantes, que a esa altura ya habían bosteado gladiolos, claves y toda la floricultura cuyana, amén de evacuar unos orines como desbordes de pileta, debido a la animal costumbre que tienen de no llamar al guardia de turno para ir al baño.
¿Y de los caballos qué? ¿Quién puede asegurar que durante la noche el otro sopre, el bípedo futbolista, bonachón a la hora de ventilar lo que Dios le había puesto en el entrepiernas, que les enjaretaron no los sometió como víctimas pasivas a la ignominia de cantidad de otras exhibiciones semejantes?
¿Cuándo un profesional del derecho, mejor ni hablemos de los cronistas deportivos, se acordó de una mínima reivindicación ante la inveterada costumbre de gritarle masivamente ¡caballo! o ¡potrillo, andá a comer alfalfa, andá! al jugador de fútbol que le faja un patadón a un colega o la revienta a la tribuna y jamás le gritan ¡Grande, Maradona! a un pingo compadre, que pasa con trotecito de lado, remando acompasamente con las dos manos, encorvado el cuello y parando la cola?
Nadie. Tampoco hubo constancia e interés alguno en saber si acogiéndose a lo que determina la Constitución nacional, ambos equinos se negaron a declarar, sin que eso significara presunción en su contra, esto es, que le habían morfado todos los gladiolos al de la quinta de al lado, sí, pero que eso no estaba expresamente prohibido en ningún lado, que les trajeran si no todos los códigos de procedimiento, ni un cartel, ni un alambrito, nada que marcara la restricción, qué hablar de la prohición explícita y desde el Imperio Romano todo lo que no está explícitamente prohibido, está permitido.
Del mismo modo, debido al estricto secreto del sumario, nunca pudo llegar a saberse qué arrojaron los consiguientes peritajes bosteros, sin que esto signifique, bajo ningún concepto, inmiscuirse ni por casualidad en materia futbolera, donde hay cada animal...
¿Fue justicia? ¿Eh?