miércoles, mayo 11, 2005

DULCES, FEMENINAS... Y AFRICANAS


¿El fútbol se ha venido tan abajo
o a las abejas directamente no les gusta?

La apis mellifera adansonii, más conocida en familia como abeja africana, es considerada genéticamente asesina y a su liberación en nuestro continente como el mayor desastre ecológico contemporáneo. Con la aparente sana intención de que las obreritas produzcan más cantidad y miel más dulce por el mismo polen, el descalabro se produjo en 1956 en la Facultad de Medicina de San Pablo. Algunos dicen que fue un accidente desgraciado y para otros que fue todo lo desgraciado que pueden tener aquellos que tratan de explicar a los fenómenos humanos siempre como fortuitos accidentes. El autor de la idea y del mal paso fue el científico local, de origen teutón, Warkick Kerr. La fuga fue de ventiséis reinas y sus respectivos séquitos, bastante reducidos. A partir de entonces, multiplicándose cariocinéticamente, expandiéndose entre cinco y diez enjambres por kilómetro cuadrado y avanzando a razón de no menos de 200 y un máximo de medio millar de kilómetros al año, entraron a expandirse rumbo a la América del Norte. A mediados de 1986, a pesar del desesperado intento oficial norteamericano de detenerlas en Costa Rica y que se quedaran allí convertidas en atractivo turístico, arribaron a Ciudad de México, junto con los barrabravas Made in Argentine y los hooligans from England, dispuestas ellas también a disfrutar la delicada dulzura de un Mundial de fútbol.
Meses después, por arriba de muchos chicanos que se mojaban el lomo en el río Bravo para tratar no ya de mejorar la vida, sino por lo menos intentar vivirla, la apis mellifera adansonii, aunque por vía aérea, también hizo su ingreso al Gran Paraíso del Capitalismo moderno. Lo precedieron a George W. para tener la primicia y no contar con competencia desleal a la hora de cometer cagadas contra los seres humanos de todo pelaje.
Ningún cowboy quiso enfrentarlas para ver quién sacaba primero. Cualquier asociación corre por cuenta de quien la haga. Pero durante todo el trayecto mostraron una especial predilección por dos tipos de aglomeraciones humanas, generalmente tomadas de manera equivocada como manifestaciones antípodas: los velorios y los partidos de fútbol. Si ya a los primeros no los caracteriza lo simpático o la alegría a raudales, estar llorando a un ser querido y recibir del cielo una masa negra generalmente de alrededor de 4 kilos de peso que aguijonea a todo lo que se mueve, particularmente a lo que huye, es mucho menos simpático y abundan las humoradas macabras de pobres finados que se quedaron mucho más solos y abandonados de lo que columbró el alma sensible y romántica de Gustavo Adolfo Bécquer.
Los especialistas, aunque siempre tarde y con el consabido centimil para difundir prestigios, arguyen que la gran cantidad de flores y cierta exudación que se produciría por la sangre en descomposición, las pone de lo más cachondas y sería lo que se hace que se larguen en picada sobre coronas, palmas, ramos o florcitas sueltas, deudos, amigos y curiosos. Es probable. Además, desde lo imaginario, cierra el círculo: ellas también son La Muerte, difícil que se sobreviva a sus ataques mortíferos, ni de acá con el cazabobos del fair play capitalista, a otras abejitas con esa florcita de nomenolvides. Al deceso lo producen por lo que se llama shock analifático. Es suficiente que una decida el ¡A la carga, chicas!, para que todo el resto, a diferencia de las diferentes variedades de la especie, la sigan disciplinadamente y no cejen hasta que se termine todo signo vital, a razón de unos seiscientos aguijonazos por minuto.
Hay que creer o reventar. En Bangui, capital de la República Centroafricana, los domingos 14 y 21 de abril de 1985, en el mismo lugar, a la misma hora, justo cuando se tenía que disputar el clásico local, sendos ataques imprevistos no dejaron ni el loro. Dada la puntualidad y lo indubitable del objetivo, el lunes 22 el principal matutino capitalino arribó a una conclusión tan escueta como lapidaria: «Lo que pasa es que consideran a la gente como intrusos», ha quedado escrito para los tiempos. Nunca nada tan bien y tan portunamente dicho.
Ahora, ¿por qué el fútbol, pobrecito, como si ya no tuviera poco con los dirigentes, periodistas especializados y energúmenos de todo calibre y en todas las latitudes? De su conducta directamente asesina se sabe que mejor no tener la malhadada idea de pasar cerca de donde el enjambre va en camino y menos que menos merodear donde han decidido aposentarse y reproducirse. En Africa los elefantes ni asoman la trompita donde hay panales de adansonii. ¿Qué tufillo desprende la pasión de multitudes del más popular de los deportes? ¿O la vista aérea del bodrio, a la pasada, las pone fuera de sí y deciden llevar a cabo la obra civilizadora de terminar con tanta payasada y para colmo tan cara a los sentimientos como a los bolsillos?
Hubo un ataque en una cancha del norte brasileño, en febrero de 1982, con un saldo fatal, que se atribuyó al entusiasmo con que las torcidas festejaron pirotécnicamente la salida de sus equipos, que las apis decidieron darles un escarmiento a los que les interrumpieron de ese modo bárbaro la merecida siesta que se estaban torrando.
En nuestro país el primer ataque al considerado deporte popular por excelencia data de marzo de 1988, cuando una mañana el equipo del Club Atlético Perico del Carmen, en Jujuy, estaba llevando a cabo la práctica habitual y de pronto el cielo se puso negro sin que hubiera tormenta. No duró mucho, pero para todo el plantel, lesionados o no
lesionados, cuerpo técnico, dirigentes, cholulos que son capaces de seguir a los jugadores hasta el baño, juraron que fue una eternidad lo que pasaron boca abajo, pegados al pasto y sin respirar con la masa zumbante de OVTI (Objetos Voladores Totalmente Identificados) a dos metros, ahí arriba, observándolos expectantes y en una esas, vaya uno a saber, disfrutando como locas las súbitos mutaciones que puede llegar a tener la arrogancia humana.

Himenópteros pretenciosos: no pagan entrada y exigen buen juego
Hasta el momento de entrar en computadora la presente primera edición electrónica, las últimas incursiones futboleras de las abejas africanas en nuestro país datan de un doblete en un mismo fin de semana. Fue el sábado 6 de noviembre de 1991, en dos apariciones simultáneas, separadas por varios kilómetros de distancia.
En Florencio Varela, Defensa y Justicia, un club bancado por una línea de colectivos que une esa localidad del conurbano sur con Plaza Constitución, y cuya camiseta tiene los mismos colores que los bondis, enfrentaba a Chaco For Ever. El club del extremo norte apenas si tenía fondos para transportar la primera división; ni soñar con divisiones
inferiores. Eso sí, también lo suyo en aportes antológicos. Ver. Los dirigentes locales rellenaron el espectáculo con un partido previo entre la tercera división propia y la primera de Central Entrerriano de Gualeguaychú, Entre Ríos, todo un dislate geográfico-económico-financiero muy difícil de explicar, más de tragar y al que pronto los animalitos le iban a poner su racionalidad.
El encuentro, lúdicamente hablando, entraba cómodo en la categoría bostezo prolongado. Marcador: 1 a 1. Y sin ningún peligro ni intenciones de ser alterado. No faltaba mucho para que el tedio, previo tres pitazos finales, tocara a su fin cuando en el arco visitante, en uno de los ángulos donde los que saben ponen los tiros libres como los dioses y que la jerga popular califica como El Rincón de las Arañas, de golpe y porrazo, sin aviso previo, más o menos tuvieron a bien aposentarse unos dos kilos con yapa de abejas africanas.
El primero en emprender una veloz, precavida y despavorida retirada fue el cuidapalos del equipo de la tierra de Pancho Ramírez y Justo José de Urquiza, demostrando que tenía más aptitudes para los 100 metros llanos que para evitar los goles contrarios. La estampida, la masa zumbante en el ángulo y el pánico contagiante se encargaron del resto. Los ventiún jugadores restantes se dieron con la cornamenta para entrar primero al túnel. A todo esto, para variar, el soplapitos y sus ayudantes fueron los últimos en advertir la anomalía. Eso no fue obstáculo para que demostraron un estado físico envidiable en materia de emprender retiradas apresuradas.
Lo curioso del caso fue que la barra local, lejos de arredarse, mostrando todavía un apego a la belleza del juego, permaneció impasible en su lugar y festejó con verdadera euforia la irrupción de las adansonii, los que les evitó soportar los últimos minutos del bodrio, y ellas no los atacaron. Es también una sagrada ley de juego: entre colegas no hay que tirarse a joder y mexicanearse.
Todo lo contrario. Otro sesgo curiosioso a tomar muy en cuenta fue que el enjambre, lejos de quedarse y arruinar el partido de primera, una vez producida la diáspora apresurada de jugadores y autoridades del lance, procedió educadamente a retirarse, tal como habían llegado.
Los recalcitrantes de siempre, que nunca faltan, dado lo que resultó el juego de las primeras divisiones, aseguraron que si se quedaban o volvían, podría haber terminado en un a todas luces lamentable, sí, pero desde lo estrictamente futbolero un justiciero genocidio.
Esa misma tarde, a mas de 100 kilómetros de allí, en Zárate se medían (¡puaj!, qué cursilería) el local Defensores Unidos y Barracas Central, por el campeonato de Primera D. A los árbitros no los quiere nadie; son la ley y hay que tener bastante aptitudes masoquistas para aguantarse toda la tirria de todos los bandos. A pesar de eso, cuando faltaba poco para terminar el primer tiempo, más de uno pensó que el de negro Roberto Astullido había sido sacudido por una especie de locura caballar, baile de San Vito versión futbolera, delirium tremens en una lucha contra hinchadas enfurecidas, porque de buenas a primeras, sin más, entró a repartir sopapos al aire, en todas direcciones, como si estuviera «psicológicamente mal de la cabeza», como ya había sentado de culo para siempre en el bronce una de las materias grises de La Razón de los Peralta Ramos, más de un año antes.
Previo a entrar a reírse, pasar al estupor y entrar en pánico más de uno pensó que quería cobrar a la vez tiro libre indirecto, un pique, ley de la ventaja o un irrefenable prurito en alguna parte pudenda de la parte trasera, pero los jugadores de ambos equipos ubicados más cerca empezaron a advertir que del rostro del juez comenzaba a manar sangre y entraron a llamar al equipo médico.
A todo esto, las cobardes atacantes, una vez consumado el acto vandálico, tuvieron a bien tomarse las de Villa Diego sin dar la cara, las antenas o el aguijón. Los galenos le aplicaron antiflamatorios al señor Astudillo para que pudiera seguir dirigiendo y, como es de práctica en estos casos, tomó intervención la autoridad policial competente destacada en el lugar.
Los uniformados se negaron terminantemente a dar información oficial sobre el excepcional suceso. Todo lo que hicieron fue limitarse a responder, con estricto laconismo, «estamos investigando».