miércoles, agosto 30, 2006

ANTES QUE NADA, LA BOCHA, VIEJO

AL FULBO SE LO LLEVA EN EL ALMA

A la derecha, la leyenda del Gato cuando era realidad abajo de los palos.

Una noche al final de los ’60, ya con los dichosos campeonatos nacionales incluidos, con el legendario Edgardo El Gato Andrada todavía en el arco, en la cancha anterior al estadio mundialista, Rosario Central perdía 1 a 0, los tenía a los mendocinos en un arco, el empate se negaba a llegar y Orlando El Turco Soip y El Alemán, conspicuos integrantes de Los Guerreros del Infierno, como se denominaba uniformemente por entonces a la barra local, decidieron hacer su ingreso al campo de juego y darle al juez del encuentro, señor Ricardo Bozolino, hasta liquidarlo o por lo menos dejarlo bien estropeado.

Así de sencillo. Sin vueltas.

Ya habían traspuesto la alambrada, también la línea de cal, estaban propiamente adentro del campo mismo de juego, cuando con El Gato totalmente adelantado, estacionado casi cerca del medio de la cancha, se viene como una tromba un contraataque y el que traía la bocha tiró un globo que desde la salida misma traía destino de red. Esto es, 2 a 0, y a dormir.

Los dos bravos dudaron un instante. Era algo crucial y ellos eran gente de palabra. Para colmo, los estaba mirando todo el estadio.

-Dejala, total... -alcanzó a recomendar El Alemán.

La mitad canalla de Rosario (la otra mitad es leprosa), sin embargo, todavía recuerda con orgullo la solvencia con que El Turco, cuando ya El Gato volviendo desesperado tenía los ojos como huevos fritos y el resto de la defensa miraba sin entender nada, mucho menos los contrarios, el ciudadano Orlando Soip, nativo de la ex Chicago Argentina, decíamos, con el estilo sin igual y la solvencia de los grandes zagueros de esta tierra, la bajó de pecho y nada de reventarla a la tribuna, sino que salió jugando y se la dio al 6 de los de Arroyito, Alberto Fanessi aquella noche, después abogado y DT de varios equipos, para que siguiera con el partido como si nada.

El árbitro, como es obvio, ajeno a la circunstancia que prácticamente le había salvado el pellejo, anuló la jugada ante la indignación de la visita que reclamaba airadamente su derecho al goal interruptus. Y la policía, que no tuvo ningún problema ni intervención aparatosa, se limitó a tomar de un brazo a cada uno de los bravos y llevarlos mansa, cansinamente para el túnel, mientras éstos, con la mano libre en alto agradecían la ovación general de los cuatro costados que también forma parte del imborrable recuerdo.