MENOS MAL QUE NO LE DIO CON EL PITO
En 1959, en el viejo estadio San Martín de Mar del Plata, se enfrentaban los dos taitas del puerto, Aldosivi y Talleres Fútbol Club. A los 35’ del segundo tiempo los primeros iban cómodos 3 a 1 cuando Vinagra, el 8 del equipo del pescadito en el escudo y para colmo con una rabona, les mete el cuarto. Las tribunas eran un hervidero, prácticamente miti y miti las parcialidades. Faltarían 5’ para los tres pitazos finales cuando un tal Sánchez, el 5 de Talleres, no caracterizado futbolísticamente por las sutilezas y el fair play, le sale al cruce al autor de la canchereada y le metió tal patadón que el grito de dolor del golpeado, según testimonios de algunos presentes, como el caso de José Luis Ponsico, todavía pichón de periodista, se escuchó por lo menos desde el faro de Punta Mogotes y los primeros festones de la corriente de Humboldt, océano adentro.
El árbitro eran Juan Regis Brozzi, un internacional traído especialmente desde Buenos Aires dada la envergadura e importancia del encuentro. Era un época que no había tarjetas, y entonces el de negro fue primero hasta donde estaba el caído para ver si todavía respiraba y una corroborado in visu e in situ que por lo menos asesinato todavía no era, lo encaró al autor del cuasi intento de homicidio y con el gesto clásico de entonces, brazo derecho en alto, le marcó el camino anticipado al túnel, como ya habían trillado los comentaristas especializados. El sancionado, lejos de acatar mansamente como lo estipulan las reglas sagradas, ahí nomás se le puso en guardia y lo entró a fintear para boxearlo. Ante el asombro de los 25 mil presentes y los jugadores, incluso el que parecía agonizar y resucitó para no perderse un espectáculo bastante poco frecuente como ése, el juez se guardó el pito en el bolsillo y también armó la guardia. Sánchez, ortodoxamente, lo punteó de izquierda y atrás le mandó un zapallazo abierto, de derecha, como para decapitarlo, pero el otro, con un hábil esguince, lo hizo pasar de largo y le puso por adentro un impecable gancho ascendente en la punta de la pera que lo planchó de espaldas por toda la cuenta. Le tuvieron que contar con almanaque y tirarle varias bolsas de goma con agua, de las que las nonas usaban en las noches de invierno para los pies, porque era una época que no había ni bidones y los que usaban las de lona para saciar la sed de los players eran los clubes porteños pudientes.
A todo esto las tribunas estallaron en un rugido de júbilo y en medio de la ovación querían que siguiera la pelea y la cortaran con esa pavada del fútbol.